En primer plano la piel, esa malla que ajusta el paisaje interior.
Aquí y allá, una prominencia, un relieve.
Otro plano se adivina, engolosinando los ojos.
La abertura es espesa y brutal: un tajo de algo vivo.
Perforar y espiar son tentaciones de voyeur, y estallan en el cuadro.
Como si algún pliegue se hubiese rendido, de puro cansancio, ante la tumultuosa mirada
Liliana Piñeiro
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